El Museo del Prado recibe en su sede una muestra dedicada a Clara Peeters hasta el 19 de febrero de 2017. La exposición será la primera protagonizada por una mujer pintora en El Prado y reunirá una selección de sus mejores obras, entre las aproximadamente treinta que se conservan en el mundo. Esta recopilación, incluye las cuatro importantes pinturas que pertenecen al Prado.

Vanitas, pintura de Clara Peeters, ca. 1610. La mujer representada es probablemente ella misma.
Ya es hora de contradecir a Boccaccio que dijo que “el arte es ajeno al espíritu de las mujeres pues esas cosas solo pueden realizarse con mucho talento, cualidad casi siempre rara en ellas”.
Pero ¿Quién es Clara Peeters? Existe muy poca documentación sobre su vida. Hay datos que certifican que nació en Amberes en 1594, hija del también pintor Jan Peeters, se casó con Hendrick Joossen en Amberes y se cree que se estableció en Amsterdam (1612) y en La Haya (1617).
Artista precoz, su primera obra conocida se fecha en 1607 (Bodegón de galletas, La Haya, galería Hoogsteder) cuando tenía catorce años de edad. Se desconoce todo lo relativo a su formación, aunque su estilo muestra concomitancias con la obra de Osias Beert.
Las mujeres de esa época tenían prohibido dedicarse a la pintura, y sólo las niñas que se criaban en familias de artistas tenían la oportunidad de aprender el oficio. En cualquier caso, tenían prohibido el dibujo anatómico, que generalmente se hacía a través del estudio del natural de modelos masculinos desnudos, lo que condicionaba su aprendizaje. Por ese motivo, muchas de esas mujeres pintoras se especializaron en la pintura de bodegones.
Se supone que ese fue el caso de Clara Peeters, un prodigio del pincel que desde los trece años firmaba cuadros. Está considerada, junto a autores como Rubens o Van Dyck, una figura clave en la pintura barroca flamenca pero nunca alcanzó el reconocimiento de sus coetáneos por el hecho de ser mujer.
Sin duda alguna, Clara Peeters es la principal impulsora y uno de los máximos exponentes de la pintura del bodegón o naturaleza muerta de los Países Bajos y una de las pocas mujeres que trabajaron como pintoras en la Edad Moderna temprana.
En la primera mitad del siglo XVII se especializó por el uso continuo de estampados, el retrato de banquetes lujosos con vajillas caras, aves, pescados y mariscos, motivos que posteriormente se hicieron populares, y su firma minuciosa en el canto de los cuchillos.

Detalle del cuadro Mesa, en la parte central del cuchillo aparece la firma de Clara Peeters
También era muy hábil a la hora de distinguir texturas. Su trabajo tiene una gran elegancia, imponiendo los objetos contra un fondo oscuro. Su interés en capturar la realidad se observa en la plasmación de galletas mordisqueadas que vislumbran la presencia de alguien, instantes previos a la ejecución de la obra.
Además, fue la primera artista que incluyó peces en sus lienzos, motivo que se convertiría en popular poco tiempo después. En los Países Bajos se comía mucho pescado, tanto peces de agua dulce, que se consumían frescos, como peces de agua salada, que se conservaban en salazón, como los arenques. La abundante presencia de pescado en la dieta se relaciona con la prohibición de comer carne durante los días de ayuno: las seis semanas de Cuaresma, los viernes (porque era el día de la Crucifixión), los sábados (día de la Virgen María), etc.
Anteriormente ya se habían representado pescados en escenas de cocina y de mercado, pero no de manera aislada como protagonistas, casi exclusivos, de una composición. La artista hizo al menos nueve cuadros con pescados.

Bodegón con pescado, gambas, ostras y cangrejos de río.
Clara Peeters representó pocos animales vivos. Además de aves de presa, en alguna de sus composiciones incluyó un gato robando pescado o un mono, que ejemplifica el gusto por las mascotas exóticas que existía en la corte flamenca, y también en el resto de Europa.
Varias composiciones de Clara Peeters incluyen halcones y gavilanes. Aluden al arte de la cetrería, una modalidad de caza asociada desde la Edad Media a la realeza y la alta nobleza.

Mesa, hacia 1611, óleo sobre tabla, 52 x 73 cm, Madrid, Museo del Prado.
Pero no es solo su fascinación por la realidad lo que caracteriza a la artista sino que, otro de los rasgos intrínsecos a ella, es su capacidad técnica y pictórica para pintar su propio reflejo en diferentes copas. Además de demostrar su valía como artista estos mini autorretratos testifican la confianza en sí misma como pintora en una profesión dominada por los hombres y anima al espectador a reconocer su existencia.

Detalle del cuadro Mesa – La figura de la pintora reflejada en la copa y la jarra de peltre.
Los cuadros de Clara Peeters son elegantes y precisos, pero también enigmáticos porque ¿qué significaba para alguien de en torno a 1610 una vasija de porcelana del tipo de las que vemos en estos bodegones? ¿Y una alcachofa o una concha? Esta exposición “El arte de Clara Peeters” se propone responder a estas preguntas y poner de relieve los logros de esta artista, poco conocida pero extraordinaria. Sus obras revelan los gustos y costumbres de las clases más prósperas de los comienzos de la Edad Moderna, así se pueden observar productos importados como dulces, vinos, frutas o pescado.
Algunos autores apuntan en sus pinturas simbolismos religiosos, singularmente en el Bodegón con un pez y un gato en el que el pez, símbolo de Cristo, estaría colocado en la posición de una cruz.
Al fin y al cabo la artista, tan brillante como enigmática, combina la pintura con los objetos de una casa lujosa del siglo XVII a la vez que nos acerca al floreciente mercado del arte de Amberes y a su consiguiente vida doméstica.
La escasez de referencias documentales sobre Clara Peeters convierte su obra en una fuente de información extraordinaria para descubrir a esta pintora, contemporánea de Jan Brueghel el Viejo, Rubens, y Van Dyck, formando parte de un período de apogeo en la historia del arte europeo.
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