Todavía puedes disfrutar en Sevilla de la celebración del 400 años del nacimiento de Bartolomé Esteban Murillo que nació y falleció en Sevilla (1617-1682), tal vez por esto su obra no haya tenido tanta trascendencia fuera de España, como por ejemplo la de su paisano Diego Velázquez. Pero sin duda alguna, su obra va a ser una de las más conocidas por el pueblo al poderla contemplar en las iglesias. Esta época fue llamada el Siglo de Oro, denominación especialmente utilizada en lo que al terreno cultural se refiere.
Es por esto que en el blog para celebrar este aniversario te voy a contar algunos datos de su maravillosa pintura al óleo Niños comiendo uvas y melón (1,46 m x 1,04 m) de estilo barroco que fue pintada por el autor entre 1645 y 1650 y que se encuentra en la Alte Pinakothek de Múnich.
En la obra de Murillo una de las tipologías más recurrentes, aparte de la pintura religiosa, fue la de la pintura de género realizada con realismo y gran naturalismo de la cual se recogen alrededor de 25 cuadros con estos motivos principalmente, aunque no exclusivamente, infantiles.
Este tipo de pinturas se encuentran casi todas fuera de España, porque fueron realizadas por encargo de algunos de los numerosos comerciantes flamencos afincados en Sevilla. De ahí que sean cuadros de mediano tamaño para colgar de las paredes de las casas burguesas. En su mayoría presentan escenas picarescas con niños mendigos en diversas actitudes, como son los Niños jugando a los dados o el Joven mendigo, Tres muchachos (Dos golfillos y un negrito).

Tres muchachos (1670)
Murillo representa la vida de mendicidad y pobreza de Sevilla, que a pesar de ser una de las ciudades más importantes y con más comercio de la península, era también una de las que recibía mayor número de indigentes. A esto hay que añadir los estragos de la peste y la profunda crisis económica y social. Todo ello contribuyó a la miseria y práctica del pillaje, pero a pesar de la miseria que muestran, el pintor consigue crear una imagen de humanidad y simpatía.
El pintor mostró interés por los niños en sus cuadros religiosos pero ahora les da un tratamiento profano. Son niños pobres y abandonados que se ganan la vida mendigando o robando. Estos lienzos tratan del mundo infantil en una época en que los niños estaban ausentes de la producción literaria y pictórica. Esto le convierte en el primero que desarrolla escenas de carácter costumbristas con niños como protagonistas.

Detalle del melón
Niños comiendo uvas y melón presenta como protagonistas a dos niños sentados en primer plano completamente indiferentes a la mirada del espectador, comiendo fruta y vestidos pobremente con las camisas medio destrozadas, los pies descalzos y sucios que muestran que la condición de estos niños debe ser muy difícil y su cotidiano lleno de dificultades. Además, en esta época si estaban enfermos nadie les podía curar aunque a ellos no les importa.
El de la derecha, mirando el cuadro, está sentado sobre una madera o taburete en una posición un poco superior que su compañero, tiene la mejilla hinchada por la cantidad de melón que acaba de morder de la tajada que sostiene en la mano izquierda, mientras con la derecha aguanta un cuchillo y el resto del melón apoyado sobre sus rodillas; tiene girada la cabeza hacia su compañero, el cual con la mano derecha en alto está comiendo uvas directamente del racimo, mientras en la otra mano sostiene una tajada de melón.

Detalle del cesto
Las frutas no son un elemento secundario sino que adquieren un protagonismo que va más allá de la anécdota. En la parte izquierda del cuadro, se encuentra una cesta llena de uvas que está pintada con un nivel de detalle que es casi un bodegón en sí mismo, un cuadro dentro del cuadro. Si observamos el cesto tiene el asa rota con lo que podemos imaginar que lo acaban de robar y por esto están escondidos en un lugar oscuro para podérsela comer. Estamos, en suma, ante una de las mejores obras de Murillo y un buen ejemplo del papel de la horticultura en la historia del arte.
Con respecto a la luz, toda la escena mantiene una iluminación de claroscuro, proveniente de la parte izquierda, sobre un fondo oscuro bastante neutro, propia de la época barroca y de la influencia «caravagista» del autor. El juego de luces y sombras fuerza al espectador a centrar la mirada en los niños.
Las ruinas del fondo están sumidas en la oscuridad haciendo creer que el fondo es neutro y por otra parte la luz que ilumina a los niños entra por la izquierda del cuadro. Además, también aporta luminosidad el blanco de la vestimenta del niño de la izquierda y la carne del melón lo que transmite al espectador que la luz de los niños fuera una luz divina.
Por otra parte, la línea diagonal barroca, como eje compositivo, aquí es doble: una va de las uvas al melón y la otra una las dos caras de los niños. El colorido empleado es en tonos ocres y verdosos, entre el blanco y el negro.
En conclusión, Niños comiendo uvas y melón, es un cuadro naturalista que nos conmueve por su expresividad a la hora de enseñarnos una realidad imperfecta. Murillo muestra una gran sensibilidad al pintar a estos niños, andrajosos y con harapos, con una gran dignidad que inspiran ternura. Como pasaba en el patizambo de Ribera, la pintura barroca no se regodea en las miserias y defectos del ser humano porque está claro que los niños pícaros muestran cierta alegría, porque puede ser que para el pintor el niño callejero no sólo era el mendigo y el ladrón sino un joven autónomo, espabilado, y capaz de sobre vivir en condiciones muy difíciles sin tutela adulta.
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